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Laura se encontraba en la planta baja de su casa, presa de una creciente ansiedad. Bajó un tramo de escaleras y penetró en una mazmorra secreta, de aspecto lóbrego. Atada a una viga y amordazada encontró a Marilú, su empleada doméstica. En las rígidas facciones de Laura se dibujó una sonrisa, casi una mueca.
Empezó a desnudarla, y al mismo tiempo a excitarse. Se desnudó ella tambien, mientras lanzaba lenguetazos en los pezones de la temblorosa muchacha, también en el pubis, en las nalgas. Parecía haber descubierto una nueva fuente de delicias sensuales. Desnudas ambas, condujo a Marilú hacia una jaula y la metió en ella a empujones. Se trataba de una jaula sumamente estrecha, con varias hileras de filosas púas.
Se inició entonces el tormento para la prisionera; las púas se clavaban sin misericordia en su piel. Marilú chillaba y se retorcía, y con cada uno de sus movimientos era cada vez mas lacerada. La sangré empezó a rodar... Laura accionó un extraño mecanismo que hizo elevar la jaula por los aires, tal vez unos dos metros. Luego se ubicó exactamente debajo de ella, y se dio un autentico baño de sangre. Gimiendo de placer, Laura impregnaba con aquel líquido rojo su envejecida piel, bebiendo a ratos la sangre de Marilú, convencida de que podía devolverle la juventud perdida... hasta que escuchó un alarido. Era Christian, su marido, que la observaba con horror desde un rincón.
Allí acabó el sueño de Laura Bozzo, la hematólatra. Se despertó sobresaltada, miró hacia un costado. Estaba tendida en su cama, y a su lado, Christian dormía plácidamente.
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Nota 1: la foto es sólo una aproximación a la protagonista de este relato.
Nota 2: Hematolatría = amor desmedido por lo sangriento.
viernes, 26 de enero de 2007
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