martes, 9 de enero de 2007
La niña marroquí
En medio de aquel anochecer había salido luna llena, una luna caliente capaz de convertir en lobo a un hombre. Pero Sócrates, sumido en un profundo aletargamiento, apenas si la notó.
Hacía días que venía andando por el desierto en los lomos de un dromedario indolente. Se encontraba perdido, sin mapas ni agua para beber, completamente extraviado en la inmensidad arenosa. Sólo el aleteo del instinto lo impulsaba hacia adelante, hacia cualquier parte.
El camello avanzaba cada vez más lento. Sócrates pensó en aligerar de carga al animal, tirando las cosas inútiles, por ejemplo su radio portatil que ya no era capaz de sintonizar nada. La encendió, sólo para probar, y escuchó con sorpresa el cantar de una niña, una muchacha de voz dulce que cantaba en una lengua extraña. Su voz era un susurro, casi un gemido impúdico. Se trataba sin duda de otra jugarreta de su imaginacion afiebrada.
Apagó la radio y se fijó en el panorama ominoso. Su vista se detuvo bajo un gran monticulo de arena, en una improbable laguna circular. Una niña se bañaba en ella. ¡Que hermosa era! Sócrates pudo ver, a traves de la penumbra, su cuerpo humedo y brilloso: las suaves turgencias del pecho, el pubis levemente inflamado y adolescente, el agua cayendo y dibujando las nalgas. Una súbita ereccion golpeó una giba del camello.
Si eso era un espejismo, era el mas realista que hubiera observado. Sócrates se apeó del camello; ella cantaba con la misma voz que acababa de escuchar en la radio. Se acercó lentamente, temblando, y la niña lo vio; entonces lo atrajo hacia sí con la mirada, y él la besó...
Era imposible contenerse, aquella ninfa tenía los labios tibios y frescos como un manantial, y su lengua era acogedora y apasionada. Sócrates buscó ávidamente su cuello, sus senos. Los pezones de la niña estaban impregnados de una sustancia que a Sócrates le pareció miel, deliciosamente dulce. El deseo lo desbordaba, seguiría explorando el exquisito cuerpo de la muchacha , se sumergiría con ella en la laguna y harían el amor, pero nada de eso ocurrió. Cayo fulminado por un repentino sueño y cuando despertó ya era de día, estaba desnudo y con una grave insolacion, la laguna se habia evaporado, y la niña, montada en el camello, se encontraba muy lejos de él.
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