martes, 2 de enero de 2007
Formas de decir adiós
Allí estaba yo, esperando a Luciana en la esquina convenida. Nos esperaba otra estúpida película en la oscura sala de un cine solitario. Pero no me preocupaba la película, me preocupaba decir adiós.
Se me acercó una combi enamorada, haciéndose oir en grandes decibelios: "... coincidencia total de concavo y convexo, así es nuestro amor en el sexo...". Al grito de "Todo Grau, todo Grau..." se alejó.
Cómo decir adiós. Las frases típicas las conocía ya: "Ya no te amo" (la más sincera); "Probemos a ser solo amigos (la más utópica)"; "Eres una bellísima persona, pero estoy pasando por una etapa de confusión, que tal si por un tiempo..." (la más hipócrita). En mi mente atribulada flotaban los siguientes versos:
"... La noche es buena
Para decir adiós. La luz estorba
Y la palabra humana. El universo
Habla mejor que el hombre..."
(Pertenecen, si no me equivoco, a la sensibilidad del poeta peruano Micky Rospigliosi).
Decir adiós. Había una forma más artera y calculadora de decir adiós sin decirlo, trabajada de manera progresiva: cada vez menos encuentros, cada vez menos caricias, cada vez mayor indiferencia, hasta que el final caiga por su propio peso. Funcionaría sin duda. La última solución que se me ocurrió era la mas vil y cobarde; consistía simplemente en "Hacerme Humo", sin más, y jamás volver a verla. Las soluciones más cobardes me seducen siempre, aunque rara vez sucumbo a ellas.
Pasaron los minutos, 10, 20, media hora, y yo en mis cavilaciones, y Luciana que no llegaba. Qué raro, siempre tan puntual... hasta que caí en lo evidente: ¡la cobarde había sido ella, me había dejado, haciéndose humo!.
O quizás no. Tal vez se le rompió un taco, tal vez se metió en un atasco de tránsito. De todas formas, apuré el paso y me fuí. Jamás volví a verla, jamás ella me volvió a ver. Poco tiempo después comprendí que nuestros cobardes adioses habían coincidido; habíamos huido uno del otro al mismo tiempo. ¡Que afortunada coincidencia! Nos ahorramos así gran parte del dolor de la ruptura.
Moraleja: la cobardía no siempre es mala consejera.
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