Nos quedamos inmóviles un minuto, tumbados bajo el viejo árbol, descendiendo de nuestras personales alturas. El sol caía oblicuamente sobre nuestras frentes. Las hojas del árbol, calcinadas, se recortaban nítidamente frente a mis ojos entrecerrados. Sólo se escuchaba el murmullo lejano de los automoviles, como un tímido intento por tapar el silencio. Luego ella habló. Se abrochó los pantalones, se alisó el pelo, ensayó una especie de despedida hasta quién sabe donde. Yo reprimí una sonrisa estúpida.Me quedé un largo rato bajo el árbol viéndola alejarse, fijándome en las luces crepusculares, en el temblor de las hojas apagadas. Los árboles no te abandonan nunca.
martes, 17 de junio de 2008
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