martes, 3 de junio de 2008

Al fin el silencio



Es duro ser barman en aquella discoteca. Es un antro que está situado en una zona peligrosa. Entran unos tipos con brazaletes y cadenas, unos pelucones que te matan con la mirada y que se ponen belicosos cuando beben. Y está esa música delirante, martilleándome la cabeza cada noche.
Hacía tiempo que sentía un zumbido en mis oídos por culpa de aquella música. Pero hoy me siento distinto, mis oídos se han curado. Hay un silencio casi perfecto. Es tal la quietud a mi alrededor que puedo oir mis latidos, el tic-tac de mi propio corazón, que sin embargo empieza a acelerarse, porque empujo y no puedo salir, porque pateo y grito y nadie me escucha, y un sudor frío porque parece que este maldito cajón está cerrado herméticamente.

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