Llegó al lugar que le habían indicado y de inmediato empezó a recordar: el viejo puente y el arroyito, las rocas redondas brillando al sol, los árboles y las casitas de adobe. Con el pulso acelerado y un indefinible cosquilleo en el estómago se sintió a sí mismo de niño, sus zapatitos brillosos trazando el camino de tierra marrón, los paseos a caballo en las primaveras. Y hasta pudo revivir algún beso adolescente.
Pero algo de dolor crecía y lo inundaba. Lamentó que sus recuerdos no fueran auténticos, un fraude siempre es un fraude. Se los había implantado hace una semana en una moderna neurocabina, la última tecnología del entretenimiento. En ese momento era probable que alguien más, o tal vez muchos más, estuvieran evocando lo mismo que él. Recuerdos sintéticos, digitalizados, estandarizados e inoculados en su cerebro. Escupió al suelo con rabia, mientras las tibias sensaciones de su corazón se disipaban lentamente.
viernes, 4 de julio de 2008
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2 comentarios:
Ojala nunca experimentemos algo parecido a tu "neurocabina", donde por carencia de afectos o no se que cosa, tengamos que apelar a una máquina que nos implante recuerdos. Está bueno tu escrito.
son solo imaginaciones o locuras que nunca llegarán ¿?
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