«Pero qué horror», digo, mofándome de mi imagen en el espejo. Observo primero mi cuerpo desnudo y después el de la modelo de la revista, levantándola e intentando calcular mentalmente las proporciones en relación con mi talla, comparando las formas y las curvas. Ni de coña es tan perfecto el mío como el suyo. Mis pechos son demasiado pequeños. Jamás saldré en la revista porque no soy carne de revista. No me parezco a ella.
NO ME PAREZCO UNA PUTA MIERDA A ELLA.
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Sí, claro, soy consciente a un nivel cognitivo, intelectual, de que esas imágenes son composiciones, que están retocadas, aerografiadas, que la foto definitiva es el resultado del empleo de maquillaje por parte del fotógrafo, mucha iluminación favorable y el derroche de carrete tras carrete de película. Y soy consciente de que la modelo, actriz o estrella del pop es una zorra hecha polvo y neurótica igualita que yo, que se caga y se mea en las bragas, a la que le salen erupciones de granos repletos de pus por efecto del estrés, que tiene halitosis crónica de tantas veces que ha regurgitado el contenido de sus tripas, que carece de mucosas nasales por toda la coca que ha esnifado para poder seguir ahí y que desprende una oscura y estancada descarga mensual. Sí. Pero la conciencia intelectual no basta, porque lo «real» ya no es lo «fáctico». El conocimiento real es emocional y reside en las sensaciones, y las sensaciones reales las engendran la imagen aerografiada, el eslogan y el videoclip.
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NO SALGO EN LAS REVISTAS. NO SALGO EN TELEVISIÓN. JAMÁS LO HARÉ HASTA QUE NO SEA UNA GORDA FRACASADA DE MIERDA HUMILLADA POR UN MARIDO GORDO FRACASADO DE MIERDA EN UN REALITY SHOW PARA DIVERSIÓN EMBOBADA DE OTROS GORDOS FRACASADOS IGUAL QUE YO.
(Leído en la novela "Porno" de Irvine Welsh)