Llegué unos minutos tarde a la fiesta de carnavales. Nadie tomó en serio mi disfraz de diablo, pués habían ya cinco o seis "diablos" disfrutando de la fiesta, riendo, saltando, bailando junto al resto de disfrazados, que sumaban más de cien. La algarabía era total. La atmósfera aparecía blanca y narcótica, el alcohol colmaba las copas y botellas, se presentía el sexo en los pisos de arriba...
Nadie, repito, tomó en serio mi disfraz de diablo, así que opté por quitármelo y despojarme del resto de mis ropas. Sólo entonces todos se fijaron en mí y parecieron salir de su sueño etílico y feliz. Es que yo, completamente desnudo, seguía siendo el diablo.
martes, 7 de abril de 2009
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